buhos.jpg

 

Navidad Familiar

 

Érase una vez, no, porque después de miles de años naciendo un año sí y otro también, José, María y Jesús, ya cansados de la misma historia, este año han crecido. Así que…

Érase el año 2014 casi terminando y con la época de Navidad cada vez más cerca, Jesús este año contaba con unos quince o dieciséis años; su madre, María, aunque no era joven, tampoco era vieja, pero sí había perdido con los años la audición de un oído, y el otro, creía, corría la misma suerte; y José era ya cuarentón y desde los treinta por arte de magia le habían salido como unas avellanas (no de las comestibles) debajo de su piel, en la cara y el cuerpo. Aun así era un hombre alegre, al igual que Jesús y María, pero a Jesús le daba miedo que con el paso de los años a él le ocurriese como a su madre y con lo bonito que era oír el cantar de los pájaros, el sonido del agua corriendo por el río, el viento cuando soplaba… así que miró al cielo y vio una estrella fugaz que pasaba a toda prisa y en la que le pareció ver una figura humana montada en ella, pero pensó que su imaginación lo traicionaba.

Pues bien, este año planearon disfrutar parte de las vacaciones en la época de Navidad y, a poder ser, fuera de casa para que fuese también distinta; así, subieron al coche y sin rumbo fijo José se puso al volante y condujo horas y horas sin saber adónde se dirigían. Ahora por la autovía, luego, en una salida a la derecha a una carretera convencional, vuelta a entrar en la autovía, vuelta a salir por la izquierda, uyyyyyy, una flecha que dice “Autopista de peaje”, ¡María, sacas los dineros que por ahí vamos! Otro rato y vuelta a salir, luego a entrar, sale a la derecha, a la izquierda… Cansados ya del viaje y en medio de un descampado por el que discurría una carretera y poco más, María divisó a lo lejos una luz muy luminosa en forma de H y José aceleró hasta que estuvieron allí cerca. Vieron que estaba posada en lo alto de una gran casa que resaltaba entre todas las que formaban aquel pequeño pueblo que, por cierto, aunque pequeño tenía muchísimas calles, todas ellas con nombres de números y una gran nave de color verde con un cartel que decía “Laboratorio”.

Como ya se apagaba la tarde y estaban cansados, preguntaron a un lugareño que por allí de casualidad encontraron, a ver dónde estaban. Este les dijo que en una pequeña aldea, que para su suerte contaba con un pequeño hostal, de ahí la H que habían divisado a lo lejos y posada sobre su tejado, y que en la nave de la calle 22 que quedaba allí al lado, había un buenísimo laboratorio biológico que solo contaba con tres empleados, una secretaria y un director general.

José, María y Jesús pusieron rumbo a pie en dirección al hostal para ver si tenían suerte y se podían alojar allí un par de noches. Llegaron a la puerta y llamaron al timbre y nadie les abrió, volvieron a llamar y tampoco, esperaron un par de minutos más y volvieron a insistir y, por fin, al cabo de unos segundos, un ruido de llaves sonó y la puerta se abrió, tras ella apareció un hombre de pelo canoso al igual que su barba y esta bastante larga, por cierto. El hombre los invitó a pasar al minúsculo hall que había tras la puerta, donde solo había una pequeña mesa con una silla y una lámpara iluminando una columna de papeles que parecía no terminar. Este hombre dijo ser el dueño del hostal y que se llamaba Merlín, también les contó que él era el dueño y director del laboratorio que había allí al lado y que fijo habían visto, que estaba casado y que su mujer (la Sra. Merlina) trabajaba como secretaria en ese laboratorio.

Como había habitaciones libres por esas fechas, no lo pensaron más, el cansancio los podía ya, así que decidieron pasar allí un par de días. Jesús era muy preguntón y la curiosidad por saber qué era lo que hacían en el laboratorio lo pudo más, así que Merlín les ofreció visitarlo a la mañana siguiente y con gusto aceptaron su invitación.

Merlín llamó a la puerta e inmediatamente la Sra. Merlina abrió y los invitó a pasar. El pasillo de la puerta de entrada conducía a una enorme sala llena de puertas y en el centro se vislumbraba una gran mesa llena de cajones por todos los lados. La Sra. Merlina les contó que aparte de ella, allí trabajaban tres empleados más, los Dres. Melchor, Gaspar y Baltasar, que desde hacía muchos años se dedicaban a preparar caramelos de colores, a los que llamaban pastillas, y ahora estaban probando para preparar unos batidos, pero que tuvieran sabores agradables, a los que iban a llamar jarabes, y que querían además repartirlos a los niños de todo el mundo, pero que estaban aún probando una fórmula con la que quien comiese o bebiese sus caramelos y batidos, se curase de una cosa muy rara que ahora mismo la Sra. Merlina no acertó a decirles cómo se llamaba. Tras irse ella de nuevo a su mesa, Merlín les contó que su mujer a veces no trabajaba bien y olvidaba cosas, pero que todo lo que les había contado del trabajo y de los Dres. era tal cual, y añadió que ellos, los Dres., querían, a modo de plagio, hacer un trabajo similar al de los famosos Reyes Magos de Oriente, que mirad, dijo Merlín, coincidencias de la vida, los Dres. se llaman igual. Y continuó contándoles que ellos estaban experimentado una fórmula para hacer que los caramelos y batidos, cuando los niños los tomaran, se curaran de esa enfermedad que había tan rara, pero que el jodío Merlín tampoco les dijo cómo se llamaba.

Así, llegó el día de Navidad y José, María y Jesús la celebraron en compañía de Merlín, la Sra. Merlina y, por fin, conocieron a los tres Dres., a quienes Jesús preguntó y preguntó durante la cena todas las curiosidades que lo asaltaban.

Y colorín colorado, en 2014 este cuento no se ha acabado, porque en 2015 los Dres. buenas nuevas nos traerán y no solo caramelos y batidos ricos, seguro que muchas cosas más.

Dedicado muy especialmente a Lidia León Esteban, que en noviembre nos dejó.

(Por Montse LoFala para AMANDOS)

2014 © CREOWEBS. Diseñamos y creamos